Considerando como referente tan relevante la fecha del 11 de marzo de 2020 cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la COVID-19 como pandemia, la cual además de su elevada morbilidad y mortalidad, ha generado repercusiones graves. Durante el periodo de alarma se estableció que la circulación debía realizarse individualmente y estaba limitada a actividades de primera necesidad. Los locales de actividades culturales, artísticas, deportivas y similares debieron permanecer cerrados; se priorizó el trabajo a distancia y se suspendieron las actividades escolares y universitarias presenciales en favor de actividades educativas en línea. Las condiciones que acompañan a una pandemia incluyen distintas fuentes de estrés, y la producida por la Covid-19 es una situación que se enmarca en la categoría de emergencia o desastre donde las principales variables implicadas en el impacto psicológico podrían inicialmente resumirse en miedo a la infección por virus y enfermedades, miedo a la muerte, sentimientos de frustración e impotencia, vulnerabilidad económica por el temor de no poder cubrir las necesidades básicas y no disponer de información y pautas de actuación claras (Brooks et al., 2020) o la presencia de problemas de salud mental previos o problemas económicos (Wang, Zhang, et al., 2020). Durante y después de un desastre, es natural experimentar emociones fuertes y diferentes. Brindar la ayuda y orientación necesaria para hacer frente a estos sentimientos como profesionales de la psicología, contribuirá a que las personas, las familias y las comunidades se recuperen de un desastre como en el que nos estamos viendo expuestos.